Con este cuento, “El sueño del pongo” José María
Arguedas patentiza el trato discriminatorio a la raza indígena y que propone reivindicar
a través de su obra como escritor y antropólogo.
Las celebraciones a realizarse en este mes de julio del 2021, no
deben solo relacionarse por los 200 años de la independencia nacional, sino
también abarcar desde la llegada de los delincuentes españoles liderados por el
tal Pizarro, sujeto asesinado por uno de su propia pandilla, esto es hace 500
años.
La raza indígena sigue sojuzgada, con la llegada de los
españoles y con quienes en estos 200 años de independencia dominan nuestro país
El mensaje que Arguedas grafica en el cuento “El
sueño del pongo” aún sigue vigente en la realidad peruana. Basta por este
cuento al escritor se le debió asignársele el premio Nobel de literatura, claro
que fue instaurado después, y de ninguna manera a quien se lo dieron.
El texto de este hermoso cuento lo presentamos aquí…
“Al que le caiga el guante que se lo chante” …
“El_sueño_del_pongo”
Un hombrecito se
encaminó a la casa hacienda de su patrón. Como era siervo iba a cumplir el
turno de pongo, de sirviente en la gran residencia. Era pequeño, de cuerpo
miserable, de ánimo débil, todo lamentable; sus ropas, viejas.
El gran señor,
patrón de la hacienda, no pudo contener la risa cuando el hombrecito lo saludó
en el corredor de la residencia.
- ¿Eres gente u
otra cosa? -le preguntó delante de todos los hombres y mujeres que estaban de
servicio. Humillándose, el pongo no contestó. Atemorizado, con los ojos
helados, se quedó de pie.
- ¡A ver! -dijo el
patrón- por lo menos sabrá lavar ollas, siquiera podrá manejar la escoba, con
esas sus manos que parece que no son nada. ¡Llévate esa inmundicia! -ordenó al
mandón de la hacienda.
Arrodillándose, el pongo le besó las manos al patrón y, todo
agachado, siguió al mandón hasta la cocina.
***
El hombrecito tenía
el cuerpo pequeño, sus fuerzas eran sin embargo como las de un hombre común.
Todo cuanto le ordenaban hacer lo hacía bien. Pero había un poco como de
espanto en su rostro; algunos siervos se reían de verlo así, otros lo
compadecían. “Huérfano de huérfanos; hijo del viento de la luna debe ser el
frío de sus ojos, el corazón pura tristeza”, había dicho la mestiza cocinera,
viéndolo.
El hombrecito no
hablaba con nadie; trabajaba callado; comía en silencio. Todo cuanto le
ordenaban, cumplía. “Si, papacito; si, mamacita”, era cuanto solía decir.
Quizá a causa de
tener una cierta expresión de espanto y por su ropa tan haraposa y acaso, también,
porque no quería hablar, el patrón sintió un especial desprecio por el
hombrecito. Al anochecer, cuando los siervos se reunían para rezar el Ave
María, en el corredor de la casa-hacienda, a esa hora, el patrón martirizaba
siempre al pongo delante de toda la servidumbre; lo sacudía como a un trozo de
pellejo.
Lo empujaba de la
cabeza y lo obligaba a que se arrodillara y, así, cuando ya estaba hincado, le
daba golpes suaves en la cara.
-Creo que eres
perro. ¡Ladra! -le decía.
El hombrecito no
podía ladrar.
-Ponte en cuatro
patas -le ordenaba entonces.
El pongo obedecía,
y daba unos pasos en cuatro pies.
-Trota de costado,
como perro -seguía ordenándole el hacendado.
El hombrecito sabía
correr imitando a los perros pequeños de la puna.
El patrón reía de
muy buena gana; la risa le sacudía todo el cuerpo.
- ¡Regresa! -le
gritaba cuando el sirviente alcanzaba trotando el extremo del gran corredor.
El pongo, volvía,
corriendo de costadito. Llegaba fatigado.
Algunos de sus
semejantes, siervos, rezaban mientras tanto el Ave María, despacio rezaban,
como el viento interior en el corazón.
- ¡Alza las orejas,
ahora, vizcacha! ¡Vizcacha eres! –mandaba el señor al cansado hombrecito.
-Siéntate en dos patas; empalma las manos.
Como si en el
vientre de su madre hubiera sufrido la influencia modelante de alguna vizcacha
el pongo imitaba exactamente la figura de uno de estos animalitos, cuando
permanecen quietos, como orando sobre las rocas. Pero no podía alzar las
orejas.
Golpeándolo con la
bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito sobre el piso de
ladrillo del corredor.
-Recemos el
Padrenuestro -decía luego el patrón a sus indios, que esperaban en fila.
El pongo se
levantaba a pocos, y no podía rezar porque no estaba, en el lugar que le
correspondía ni ese lugar correspondía a nadie.
En el oscurecer, los
siervos bajaban del corredor al patio y se dirigían al caserío de la hacienda.
- ¡Vete pancita!
–solía ordenar, después, el patrón al pongo.
***
Y así todos los
días, el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante de la servidumbre.
Lo obligaba a reírse, a fingir llanto. Lo entregó a la mofa de sus iguales, los
colonos.
Pero... una tarde,
a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba colmado de toda la gente de
la hacienda, cuando el patrón empezó a mirar al pongo con sus densos ojos, ése,
ese hombrecito habló muy claramente. Su rostro seguía un poco espantado.
-Gran señor, dame
tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte -dijo
El patrón no oyó lo
que oía.
- ¿Qué? ¿Tú eres
quien ha hablado u otro? -preguntó.
-Tu licencia,
padrecito, para hablarte. Es a ti a quien quiero hablarte -repitió el pongo.
-Habla… si puedes
-contestó el hacendado.
-Padre mío, señor
mío, corazón mío -empezó a hablar el hombrecito -Soñé anoche que habíamos
muerto los dos, juntos; juntos habíamos muerto.
- ¿Conmigo? ¿Tú?
Cuenta todo, indio -le dijo el gran patrón.
-Corno éramos
hombres muertos, señor mío, aparecimos desnudos, los dos, juntos; desnudos,
ante nuestro gran Padre San Francisco.
- ¿Y después?
¡Habla! -ordenó el patrón, entre enojado e inquieto por la curiosidad.
-Viéndonos muertos,
desnudos, juntos, nuestro gran Padre San Francisco nos examinó con sus ojos que
alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia. Y a ti y a mí nos examinaba,
pesando, creo, el corazón de cada uno y lo que éramos y lo que somos. Corno
hombre rico y grande, tú enfrentabas esos ojos, padre mío.
- ¿Y tú?
-No puedo saber
cómo estuve, gran señor. Yo no puedo saber lo que valgo.
-Bueno. Sigue
contando.
-Entonces, después,
nuestro Padre dijo con su boca: “De todos los ángeles, el más hermoso, que
venga. A ese incomparable que lo acompañe otro ángel pequeño, que sea también
el más hermoso. Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, y la copa de oro
llena de la miel de chancaca más transparente”
- ¿Y entonces?
–preguntó el patrón.
Los indios siervos
oían, oían al pongo, con atención sin cuenta, pero temerosos.
-Dueño mío: apenas
nuestro gran Padre San Francisco dio la orden, apareció, brillando, alto como
el sol; vino hasta llegar delante de nuestro Padre, caminando despacito. Detrás
del ángel mayor marchaba otro pequeño, bello, de luz suave como el resplandor
de las flores. Traía en las manos una copa de oro.
- ¿Y entonces?
-repitió el patrón
- “El ángel mayor:
cubre a este caballero con la miel que está en la copa de oro; que tus manos
sean como plumas cuando pasen sobre el cuerpo del hombre”, diciendo, ordenó
nuestro gran Padre. Y así, el ángel excelso, levantando la miel con sus manos,
enlució tu cuerpecito, todo desde la cabeza hasta las uñas de los pies. Y te
erguiste, solo; en el resplandor del cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como
si estuviera hecho de oro, transparente.
-Así tenía que ser
-dijo el patrón, y luego preguntó:
- ¿Y a ti?
Cuando tú brillabas
en el cielo, nuestro gran Padre San Francisco volvió a ordenar: “Que de todos
los ángeles del cielo venga el de menor valer, el más ordinario. Que ese ángel
traiga en un tarro de gasolina excremento humano”.
- ¿Y entonces?
-Un ángel que ya no
valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban las fuerzas para
mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran Padre; llegó bien
cansado, con las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro grande. “Oye,
viejo -ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel- embadurna el cuerpo de este
hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído; todo el
cuerpo, de cualquier manera; cúbrelo como puedas. ¡Rápido!”. Entonces, con sus
manos nudosas, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió,
desigual, el cuerpo, así como se echa barro en la pared de una casa ordinaria,
sin cuidado. Y aparecí avergonzado, en la luz del cielo, apestando...
-Así mismo tenía
que ser -afirmó el patrón- ¡Continúa! ¿O todo concluye allí?
-No, padrecito mío,
señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos vimos juntos, los
dos, ante nuestro gran Padre San Francisco, él volvió a miramos, también
nuevamente, ya a ti ya a mí, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no
sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con
la memoria. Y luego dijo: “Todo cuanto los ángeles debían hacer con ustedes ya
está hecho. Ahora ¡lámanse el uno al otro! Despacio, por mucho tiempo”. El
viejo ángel rejuveneció a esa misma hora; sus alas recuperaron su color negro,
su gran fuerza. Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se
cumpliera.
¿Cómo era
el hombrecito?
¿Qué le
preguntó el patrón delante de las mujeres y hombres que estaban a su servicio y
que respondió el pongo?
La mestiza
cocinera ¿Qué había dicho del pongo?
¿El patrón
que le obligaba a hacer y cómo golpeaba al pongo?
¿Qué sabía
imitar el pongo?
¿Quién
decía “recemos el padrenuestro”?
¿Qué pasó una tarde a la hora del Ave
María?
¿El pongo
para qué le pidió permiso?
¿Cuál era
el sueño del pongo?
¿Cuáles
eran los personajes que estaban en el sueño del pongo?
¿Qué hizo
el ángel mayor?
¿Qué hizo
el ángel viejo de patas escamosas?
Finalmente,
¿el padre San Francisco qué ordenó al patrón y al pongo que tenían que hacer
por mucho tiempo?
Mensaje
¿Qué mensaje nos transfiere el autor
con su cuento " El sueño del pongo"?
¿Qué es lo que más te gustó del
cuento?
¿Crees que en la actualidad existan
situaciones semejantes a este cuento en algunas partes de nuestro Perú?
Buscar en el diccionario el significado de las palabras:
Patrón
Pongo
Mestiza
Hacienda
Siervo
Servidumbre
Vizcacha
Mofa
Resplandor
Escamas
Embadurnar
Excremento
Apuntes biográficos de José María Arguedas Altamirano.-
Nació
en Andahuaylas en 1911. Quedó huérfano de madre, al cuidado de la servidumbre
indígena de la casa, de la cual aprendió el quechua. Viajó acompañando a su
padre, que era juez de paz, por Apurímac, Ayacucho, Cusco, Yauyos. Estudió
Antropología en la universidad de San Marcos, y se desempeñó como docente en
ella y en la universidad Agraria.
Su
obra está marcada por un sostenido intento de mostrar al indígena como es
realmente, en su cultura: el paisaje, las costumbres, el idioma, la relación
con el conquistador, es decir, con el amo. Muchos escritores prestigiosos de la
época, como Carda Calderón y López Albújar, presentaban una visión del indio
"extraña y tonta", según sus propias palabras, y la obra de Arguedas
representa una reivindicación de los descendientes de los pobladores de nuestra
América antes de la llegada de Colón.
En 1932 aparece su primer cuento " Warma Kuyay". En 1935 publica su primer libro de cuentos "Agua". En 1937 es encarcelado como preso político en "El Sexto". En 1939 ejerce el magisterio en el Cusco. En 1941 publica su primera novela "Yawar Fiesta". En 1954 publica "Diamante y pedernales". En 1957 consigue el grado de bachiller en Etnología. En 1958 publica "Ríos profundos", 1961 publica la novela "El Sexto", 1962 edita "La agonía de Rasu Ñiti". En 1963 es nombrado director de la Casa de La Cultura. En 1964 publica "Todas las sangres”. En 1965 publica " El sueño del pongo". En 1967 se casa por segunda vez con Sibyla Arredondo. En 1967 edita el libro de cuentos "Amor mundo" y su obra póstuma "El zorro de arriba y el zorro de abajo". En1968 termina su magisterio en la universidad de san Marcos y casi simultáneamente es elegido jefe del departamento de Sociología de la universidad Agraria, ese mismo año se le otorga el premio "Inca Garcilaso de la Vega".
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