Ofrenda lírica a Sullana
Traed mi lira
que no canta como
lira
sí igual guzla del
desierto
que fogosa y
delicada,
va a entonar hoy,
temblorosa
sus vibrantes
melodías
a Sullana, la
graciosa,
que un poeta de
más vuelo
vio vestida de
sultana.
A esta dama
ribereña
que, ocultando sus
rubores,
se ha tendido en blanca
hamaca
cobijada por
mantones de Manila
que han tejido
sutilmente
los añosos
algarrobos
de la orilla.
Y se apoya en el
ribazo
de la arena
deslizante
a escuchar el
secreto
de este Chira
legendario
codicioso de
hermosuras
que seduce y
enamora
con dolientes
melodías
milenarias, que
aprendiera
de haravicos
imperiales.
Y al cantarlas
murmurando sus
amores,
va tejiendo de
esmeraldas los encajes
que ha tenido en
la otra banda,
cual si fueran
orientales ceñideras
que embelesan y
convencen a la bella
a rendirse entre
las ondas
de este Chira
codicioso
que a otras ninfas
de ilusiones
ha arrastrado
mansamente
para luego
revolcarlas
en turbiones
cenagosos
con que rinde
vasallaje
a Caribdis,
seductora,
que, sin mármoles,
oculta
en cavernas
submarinas
ya a los héroes,
ya a los bravos,
ya a los ruines,
que merecen
el eterno
vilipendio.
De pronto,
presuroso, recoge sus cendales,
saltando de su
hamaca con vivida emoción,
dispersa al
amorcillo que juega en las arenas
y mira en torno
suyo, buscando una ilusión.
Sullana abrió la
senda que el cielo le trazara
meciendo al siglo
veinte en su auroral fulgor,
y viendo su
destino, surgió como una reina
que atisba en el
futuro magnífico esplendor.
Sus hijos la
aclamaron magnífica y dichosa
y, al verla ya
Provincia, con fueros y borlón,
pusieron en sus
sienes riquísima diadema
todo oro y
esmeraldas, como es su corazón.
Ya es Reina
soberana. Las éticas bellezas
que en bronce se
tiñeron, luciendo más vigor,
le dieron primacía
en noble competencia
y hoy forman ya su
corte, vestidas con primor.
Oyó luego altanera
del Chira los requiebros,
y viendo los
encajes del rico ceñidor,
tendió al río
ancho Puente-arpón de sus dominios:
con noble afán de
Reina, al valle conquistó.
Y ahora se
retrata, mirando su belleza,
en aguas de ancho
cauce, que el Puente sojuzgó,
Galana por el
valle pasea su silueta,
cantando con sus
hijos una égloga de amor.
SULLANA, que has
visto nacer a tus hijos
cual ninfa de
oasis, que en palmas soñó...
Ya vienen cargados
con lauros de triunfo
trayendo al
desierto feliz floradón:
canciones,
laureles y mirtos,
lamentos, espinas,
rosas de pasión,
y ruedas y cascos
y brillo de espadas,
rugir de motores y
trazos etéreos,
con arpas y liras,
te ofrendan, Sullana,
florón de
heroísmos que tu ser les dio.
Pisaron el polvo
de todas las sendas,
subieron los
riscos del Ande en la Sierra
llevando doquiera
tu fe y tu ilusión.
Las aves oyeron
sus cantos nostálgicos,
y muchos
cayeron... sellando sus labios
la Parca traidora,
que el hombre y su nombre
de olvido cubrió.
Yo he visto a la
luna, vestida de nácar,
corriendo silente
la tibia quietud,
traer en su seño
collares de perlas,
lágrimas vertidas
por tus sullanenses
que llevan tu
nombre por todo el Perú.
Yo he visto a esa
dama, viajera de plata,
pasar por tus
calles, sembrando el amor,
medroso, atisbando
por las celosías
por ver como
guardas tu gloria y tu honor.
Levanta, SULLANA,
tu frente de reina,
que el cielo
prepara, flotante, un airón,
brindando a tu
sien frisados destellos
de gloria, de
triunfo, de paz y de amor.
Lauro Martín Arranz
(Hermano marista, español,
educador en el colegio “Santa Rosa”)