Prólogo
Como
Odiseo, que emprende su regreso a Ítaca, luego de una temporada preso de los
placeres que le ofrecía la diosa Calipso, vuelve el personaje de esta novela,
Juan Valladolid a su Piura natal, desvistiendo su alma y poniéndose nuevamente
sus ropajes ancestrales.
En “El primer vicús” de Gonzalo Higueras, el protagonista, con una vida en Italia fructífera y llena de logros profesionales, ha podido adormecer esa parte del alma, que de pronto nos acecha, y se apodera de nosotros, de forma repentina. Se ha vuelto él mismo un “italiano” y pretende haber adoptado las formas de vestir, de actuar, de hablar, de sentir, de un mundo más “civilizado”. Debe entonces, navegar, Juan Valladolid, como navega Odiseo, por los mares procelosos de su propia búsqueda, que es la de todos los seres, por la develación de su origen. Ese origen social, étnico, nos da respuestas muy profundas acerca de nuestro propio ser, que debe, en primer lugar, decantarse entre todo lo aprendido para manifestarse plenamente.
“El primer vicús”
Entender
lo que sucede en la sociedad donde tuvo sus primeras experiencias de vida, es
la tarea excluyente, y a partir de este proceso, el novelista, Gonzalo
Higueras, se va convirtiendo en personaje oculto de la narración, desde una
perspectiva muy personal. Lo que es, al principio una búsqueda de hechos
concretos, se va convirtiendo a lo largo del relato en un descubrimiento
personal. El ser social se convierte en un aspecto de nuestra conciencia. Va
descubriendo los elementos que servirán para su investigación, a partir de
anotaciones rigurosamente organizadas.
Su
trabajo, inicialmente científico formal, con una estructura racional, se va
transformando poco a poco en una búsqueda espiritual. Descubre que se trata, en
el fondo, no solo de entender hechos, sino, antes bien, de entenderse a sí
mismo. ¿Quién es él, verdaderamente? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? Más allá de
su familia, más allá de la iconografía y de las particularidades culturales,
subyace la eterna pregunta que se vuelve entonces universal: ¿Quiénes somos
verdaderamente?
Es el Perú desde sus inicios, un conjunto de etnias dispares, diferentes, muchas veces contradictorias, con sus propios elementos e iconografía, con sus particulares cosmovisiones. Son etnias como la tallán, la vicús, las que permanecen en medio de otras culturas prehispánicas de gran potencia y presencia, más allá de la civilización inca que fue la dominante en su momento histórico. Por su geografía montañosa, desértica, selvática, esas culturas se fueron desarrollando aisladamente. Es, entonces el Perú, un país aún no amalgamado, con visiones contradictorias, a veces enfrentadas. Una especie de archipiélago cultural, entre montañas, selvas y desiertos. Un archipiélago en proceso de amalgama que no quiere perder su identidad, que quiere rescatar aquella esencia que subyace y se manifiesta de manera subrepticia. El descubrimiento
Prólogo
de la cultura Vicús
Gonzalo Higueras Cortés |
Es un
trabajo aún pendiente, un mundo al que Gonzalo Higueras nos abre la puerta y
nos muestra, para nuestra maravilla y deleite. Nuestro país, hoy, con una
cultura, un idioma, una cosmovisión europea dominantes, sin embargo, tiene
rasgos que provienen de sus ancestros, que aún se mueven en el ámbito
espiritual y que actúan en forma subrepticia. Mil cosas que no entendemos plenamente
del comportamiento social, a veces aparentemente irracional de nuestros pueblos
provienen de esas antiguas visiones del universo. Esta novela nos muestra las
manifestaciones culturales originales de un pueblo que espera agazapado su
momento, para dar un salto en nuestra conciencia. Pero nos muestra también el
mestizaje y los procesos de sustitución cultural, las asimilaciones y aquellas
manifestaciones que permanecen subyacentes. El sincretismo que adaptó la
religiosidad predominante, a las manifestaciones ancestrales, que nunca
desaparecieron a pesar de los extirpadores de idolatrías. En este contexto, las
expresiones rituales demuestran sus hondas raíces en un devenir que tiene una
historia milenaria. Ahí, el señor de Ayabaca, con un influjo que trasciende el
ámbito local y estatal, y que ha de representar a una peregrinación anterior,
perdida en los anales de los tiempos. La cocina, por ejemplo, que tiene una
connotación ritual en nuestros pueblos. No solo con la exacerbación del sentido
del placer, sino como una forma de honrar al invitado, de hacerle participar de
un ágape con los dioses. No solo valen los ingredientes, sino el acto mismo de
compartir in illo témpore. El pago a la tierra, tan presente y cotidiano, que
forma parte del ritual de los campesinos, al momento de brindar con los
presentes. La poesía popular, con un sabio humor, como una forma de afirmación,
de mostrar presencia, de manifestar identidad, de decir: aquí estamos, esto
somos, a pesar de los siglos de dominación.
El
primer vicús
La
alfarería, enraizada en antiguos procesos y técnicas ancestrales, que muestra
motivos regionales y, a la vez una creatividad perfectamente contemporánea y
personal. La música, generalmente pentafónica, descendiente de expresiones
nativas que reinterpretan la naturaleza y la vuelven una expresión de la
sensibilidad campesina y popular. Todo esto nos muestra “El primer vicús”, como
expresión de una literatura sólidamente regional, que se va tornando universal,
mientras se van descubriendo sus hondas raíces en lo humano, en el espíritu y
en la trascendencia. Donde lo mitológico se encuentra con lo real y nos da las
claves de los mecanismos inconscientes que trascienden a los hombres.
Hacía
falta esta novela, en el concierto de nuestra literatura, con una mirada amplia
que se va volviendo local y que va recorriendo el camino contrario: desde
afuera, hacia sí misma. Una novela de descubrimiento y de auto develamiento.
Para lograr su objetivo, debe Juan Valladolid, como Ulises, enfrentarse a sus
enemigos externos e internos, mientras lo espera una paciente Penélope al final
del camino, tejiendo y destejiendo los hilos de su propia vida, con la oculta
consciencia de que vendrá su señor desde lejanas tierras a encontrarla. Abro
las puertas con entusiasmo a esta novela en que el autor cierra un círculo, del
final de “El último tallán”, hacia el principio de “El primer vicús” son
dos novelas, diría yo, si bien independientes, perfectamente complementarias,
donde Gonzalo Higueras nos muestra con maestría el camino hacia nuestra
identidad.